lunes, 5 de septiembre de 2011

La música

Usemos la música a nuestro favor. Como en aquellos tiempos de antaño, cuando el sonido era era realmente una forma de gozo y dicha (como lo es hoy día en muchos aspectos). Así como surge un grito desesperado en la mañana por decir que no hay café, o cuando nos despertamos en medio de una clase sin saber que responder, así saludemos al día gritando con efusión.
Usemos la música como escape a la rutina diaria, como forma de ser uno con el universo, usémosla para creer, para crecer, para entablar una conexión con nosotros mismos, si lo pensamos lo hacemos, pero y ¿dónde queda la verdadera importancia de la música? En los oídos de alguien que aun cree en ella.
Podemos descubrir tonalidades tristes, eufóricas, hasta lamentables, escuchar tonos ridículamente sutiles, que albergan un llamado a la vida misma, como salir de la matriz para renacer en tierra y ser un ente renovado anclado a la gira del mundo, ya para sonar con ella en el palacio del tiempo, ora para hacerlo vibrar con tambores estridentes.
Solemos creer que lo que no nos gusta deja de ser música, pero lo es y será (en mi opinión hay de calidad y de no mucha), la diferencia entre una y otra radica en la complejidad y en que tanto nos fijemos en esos pequeños detalles, en como nos haga sentir y en que esperamos recibir del arte efímero.
Así que los instó a saltar brincar y moverse, sino al ritmo, a la música misma, entréguense de lleno a satisfacer los estímulos, a corromperse y volverse a armar en unos segundos de acrobacias impermeabilizadas de sulfuro y gracia, salgan y denle la vuelta al mundo, cambien los sueños y háganlos realidad.
Me despido por ahora iré a escuchar música

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